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El Corralito

  • L.E. SABOGAL
  • 5 may 2023
  • 8 Min. de lectura

Actualizado: 6 may 2023

Algunos la llaman La Heroica por su tenaz resistencia de más de cien días al asedio de Morillo en 1815, lucha que inspiró la posterior independencia de Colombia. Otros, de manera reciente la llaman La Fantástica, contagiados por el estribillo de la canción de Carlos Vives: “Dios bendiga a Cartagena la fantástica, viva el África” con los sonidos vibrantes de los tambores africanos y del Caribe; y otros, muchos, la llaman afectuosamente el Corralito de Piedra en referencia a la construcción que rodea prácticamente toda la ciudad antigua y que fuera erigida por los españoles para su defensa por allá en el siglo XVII.




Murallas de Cartagena

 

Es Cartagena de Indias, mi ciudad natal, donde viví mi juventud y que no he cesado de visitar y querer durante toda mi vida. La visito regularmente cada año al menos una vez ahora que mi madre ya no está pues antes lo hacía con mayor frecuencia. Las visitas contemplaban un variado itinerario en el que me comportaba como cualquier turista; por supuesto, el objetivo principal era ver a mi madre, consentirla y dejarme consentir, visitar a algunos amigos, e ir a la playa como acostumbrábamos en los años mozos. Debía sacar el tiempo necesario para entrar al Castillo (o Fuerte) de San Felipe, subir al convento de La Popa para contemplar la ciudad desde lo alto y tratar de localizar nuestra casa en el Segundo callejón de Manga. “Miren, les decía a mis hijos, allá está nuestra casa”. El itinerario también incluía, por supuesto, caminatas prolongadas por nuestro barrio que siempre terminábamos sentados en el malecón frente a la bahía, y por el centro de la ciudad, la vieja Cartagena, la del Corralito tan admirado mundialmente. Creo haber transmitido el amor que siento por esta ciudad a mis hijos y a mi mujer que también la sienten como propia.


La ciudad de hoy ha cambiado, naturalmente. Para comenzar en Manga han desaparecido casi totalmente las grandes casas que lo caracterizaban para dar lugar a edificios que en algunos casos no guardan relación con la arquitectura tradicional ni con los pequeños espacios donde los erigen. Lo mismo ha sucedido con los barrios de Bocagrande y Castillo Grande atiborrados de construcciones, carros y comercios de todo tipo que pululan al parecer con escaso control de las autoridades.


Cartagena ha crecido hacia las afueras, especialmente hacia el norte de la ciudad. Por la vía que conduce de la Boquilla hacia Barranquilla, la Vía al Mar, se encuentran infinidad de nuevos condominios y de barrios de clase media o alta, y hacia el sur Turbaco se constituye hoy en día en una ciudad satélite para muchos de sus habitantes que trabajan o estudian en la capital de Bolívar. Para nosotros estos nuevos desarrollos son casi irreconocibles y preferimos mantenernos aferrados a nuestra antigua visión de la ciudad vieja y cosmopolita a la vez, con el encanto y la nostalgia de nuestros recuerdos.


Pero volvamos a mi última y muy reciente visita. Primer día, llegada muy temprano en vuelo desde Bogotá, de inmediato nos encontramos con el desparpajo del chofer que nos conduce hasta el hotel: “Llegaron unos cachacos y me dicen: llévenos al hotel Forondá. ¿Cuál? Al Forondá, Caribe..”. “No joda, me hubieran dicho al Caribe, y listo”, carcajadas en ayunas.


Desayuno en el hotel y consignación de equipajes en la recepción. Luego, a la iglesia Santa Cruz de Manga, a visitar a mi madre. Es domingo de Resurrección, domingo de Pascua, la comunidad católica se reúne para la ceremonia que incluye la misa y el desfile, ¡Cristo Vive! exclaman felices los fieles. La ceremonia resulta emocionante por los cantos y la devoción de los asistentes motivados por la elocuencia y la poderosa voz del sacerdote que de inmediato me trae recuerdos de mi vida en el Segundo: estoy convencido de que el cura es uno de mis vecinos de juventud, pero no alcanzo a verle la cara.


Al término de la misa el clérigo invita a los asistentes a acompañarlo al atrio de la iglesia para “una pequeña celebración con el sabor del Caribe”; a estas alturas ya he comprobado que se trata de mi amigo y me alegra verlo de regreso al punto de partida luego de tantos años de trabajo en los barrios pobres de Bogotá. Ha organizado una fiesta con papayera que mezcla el himno nacional con cantos religiosos y con porros y ritmos de la Costa. El espectáculo festivo de las señoras y sus maridos y del cura bailarín en una escena surrealista que pocos aceptarían en la capital me recuerda dónde me encuentro y me llena de energía para lo que será esta breve visita.

Luego de una corta caminata con escala de refresco en el Carulla avanzamos por la avenida de la bahía bajo el sol aplastante de la mañana; nueva parada en la tienda de los fritos para saborear un jugo de corozo helado y deliciosas carimañolas. Es medio día, mi hermana y mi sobrina y su esposo nos recogen para ir a almorzar. Destino: restaurante de moda en Getsemaní, bonito, elegante decoración, música caribeña en vivo, delicioso ambiente, comida decepcionante y cara. Café y tortas en el centro comercial Las Ramblas, norte de la ciudad, lugar para la clase media alta de hoy. No hay dónde estacionar, almacenes y restaurantes con nombres extranjeros; han cambiado mucho las costumbres de los cartageneros.


Las playas cerca del hotel son limpias y despejadas de la multitud de vendedores de antes, no sé si solo será una falsa percepción pero estoy seguro de que esto mejorará la audiencia del turismo. Una buena y otra mala, primero la buena: las playas de mi ciudad están libres del sargazo que amenaza con destruir el turismo en todo el Caribe y el Golfo de México, punto a favor que hay que aprovechar. La mala: en la orilla de la playa donde juegan generalmente los niños, estacionan sin apagar motos de agua para alquiler, se lanzan sin ninguna precaución entre los bañistas dejando una estela de gasolina en su camino, ya se han visto graves accidentes por su culpa.


Quiero esta vez realizar un recorrido que nunca antes he hecho completo: caminar los once kilómetros del cinturón amurallado de la ciudad vieja, no será fácil principalmente por el calor a la intemperie pero nos lanzamos con alegría a recorrerlo, de todas maneras siempre se puede descender y entrar a algún sitio a refrescarse. Diez de la mañana, el día está fresco afortunadamente, algunos nubarrones parecen anunciar una lluvia que nunca llegará. Comenzamos el recorrido en Getsemaní, barrio convertido hoy en día en nuevo epicentro del turismo extranjero atraído por la autenticidad de sus construcciones y las costumbres de sus habitantes locales. Tristemente ha comenzado la gentrificación de la zona provocando la partida de gran parte de su población. La antigua zona de tolerancia ha sido tomada por hoteles y hostales de todo tipo.


Caminar sobre la muralla ofrece desde aquí un punto de vista interesante para los turistas: de un lado el Puente Román aledaño al Fuerte del Pastelillo donde se pueden apreciar las embarcaciones modernas de los visitantes y de los locales adinerados y una parte de la isla de Manga, con el fondo deslumbrante del Castillo de San Felipe, y a la izquierda, las casas antiguas todavía en pie, al lado de imponentes casonas remodeladas para el uso de propios y extranjeros. Una hora después nos damos cuenta de que hacer el recorrido por completo será imposible, entonces descendemos y caminamos por las callecitas estrechas y coloridas que para mí son casi un descubrimiento ya que en mi juventud se consideraban un lugar peligroso que solo podíamos rodear entre la calle Larga y la calle de la Media Luna.



Centro Histórico

 

Hora de almorzar, siguiendo la recomendación de un taxista entramos a un restaurante popular conocido por el nombre de un feo pez dueño de su propia canción (aunque se sabe que la niña Emilia no la compuso por el pez). Comida casera, sabrosa y barata, aunque el sitio dista mucho de la calidad que esperaría un turista. Más tarde atravesamos La Matuna para retomar el camino amurallado a partir de la Serrezuela en el barrio de San Diego; son las dos de la tarde, así que decidimos esperar el declive del sol en el centro comercial mientras degustamos un excelente café y brownies, un poco caros, pero en fin: estamos en Cartagena.


Retomamos el camino después de las tres de la tarde, el calor continúa pero la fuerte brisa refresca totalmente la caminata, las vistas ahora comienzan a mostrar una parte del mar abierto. A la derecha el barrio el Cabrero y la célebre mansión donde vivió el prócer cartagenero Rafael Núñez. Unos pasos más y descendemos en el punto donde se encuentran las Bóvedas, antiguos depósitos de municiones y cárceles de inicios del siglo 19, hoy convertidas en almacenes de artesanías que vale la pena visitar por su belleza y por su valor histórico.


De regreso al camino amurallado nos encontramos ahora con el paisaje infinito del mar abierto en frente de nosotros, vista preciosa e inolvidable, y nuevamente con las magníficas construcciones coloniales y de estilo republicano del centro histórico, entre las cuales la casa de Gabo se destaca por su modernismo adaptado a las características formales del entorno colonial. En algún momento, como es obvio, la casa se convertirá en un museo como las de tantos artistas famosos que en el mundo han sido. Un poco más adelante nos topamos con una gran construcción que a primera vista amenaza con caerse a juzgar por el muro agrietado que mira hacia la muralla, sorprendentemente se trata del Claustro de la Merced célebre en la actualidad por guardar las cenizas del Nóbel y de su esposa Mercedes. Un breve pero exhaustivo recorrido de su vida y obra puede verse en el entorno del patio central presidido por un busto del novelista. Visita obligada. A su lado, el no menos famoso Teatro Heredia inspirado en el estilo de la ópera italiana con toques caribeños que bien podría constituirse también en una de las visitas obligatorias en un recorrido cultural de la ciudad.


La caminata continúa hasta encontrar el lugar más ruidoso y atiborrado del conjunto amurallado, se trata de un reconocido bar cuya preciosa ubicación frente al mar lo hace extremadamente popular entre los visitantes de la ciudad que desconocen el valor histórico del sitio que pisan y deterioran; pasa lo mismo con un restaurante muy cerca de allí. La ciudad está en mora de reclamar estos espacios para la recreación sana y el respeto y reconocimiento histórico que corresponden para estas reliquias arquitectónicas. Termina aquí nuestro recorrido no sin antes visitar por enésima vez el bellísimo Museo Naval que da cuenta de la historia marítima de la ciudad, otro lugar de gran belleza que permite conocer a fondo hechos y acontecimientos importantes para la comprensión del devenir de Cartagena como parte importante del entorno Caribe. Cena nocturna en la plaza de San Pedro Claver.


Dos días más han pasado velozmente como vuela el tiempo cuando somos felices, entre los baños de mar y en la piscina del hotel, visitas a museos y almuerzos y cenas con la gratísima compañía de mi hermana y su hija y su nieto (nuestro querido sobrino) que han completado los momentos de alegría siempre que visitamos nuestra amada ciudad.


Unas breves palabras acerca del hotel: el más antiguo y bello de la ciudad, con espacios fantásticos como el frondoso jardín de vetustos árboles adornado con el canto de numerosos pájaros y de algunos papagayos alrededor del restaurante y de la piscina; excelente atención, buena comida. Una actualización o modernización de algunos espacios lo pondría fácilmente como uno de los grandes hoteles del Caribe. Y por último quisiera terminar con una mención del café de E. en Bocagrande: ambiente europeo, excelentes bebidas y tortas, nada que envidiar a los cafés vieneses, felicitaciones.


El potencial de Cartagena para el turismo es reconocido mundialmente, la belleza de sus construcciones coloniales y la cercanía del mar que la rodea por completo hacen de la ciudad un destino inigualable, y podría ser mejor, bastaría con mantenerla limpia y segura para el bienestar de todos los visitantes y de sus habitantes. Alejarse de la imagen grotesca de centro de turismo sexual y, más bien mostrarla como un oasis de cultura y de sana diversión, todo está dado para que esto sea una realidad. Esa es la ciudad que todos anhelamos.


Partimos nuevamente hacia nuestra casa en la capital con la sensación de una profunda nostalgia por los sentimientos que despiertan los recuerdos del que ha sido nuestro hogar por tantos años. Mis visitas siempre terminan así y me pregunto si valdrá la pena continuar regresando cada vez a un lugar del que ya van quedando solo recuerdos fragmentarios. Pero algo en mi interior me dice con certeza que tengo que volver porque estoy inexorablemente unido a la tierra que me vio nacer.

 
 
 

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